La disputa comercial entre China y EE.UU. es indudablemente una de las grandes fuentes de incertidumbre que afectan a los mercados financieros en la actualidad. Un tweet del presidente Trump publicado durante un fin de semana puede causar subidos o bajadas de un punto porcentual en los mercados accionarios y dejar a los formadores de opinión preguntándose si tal publicación es una jugada más dentro de un infinito juego de póker o el primer movimiento de una inevitable guerra comercial.
Graham Allison, politólogo y profesor de la Universidad de Harvard, ha querido contribuir al entendimiento de esta relación antagónica, acuñando el término de “Trampa de Tucídides”, que sirva para definir situaciones en que surge la rivalidad entre un poder establecido y uno emergente que muy probablemente les conducirá a una guerra. Tucídides, un historiador de la Grecia antigua, fue el primero en dejar constancia de este fenómeno al atribuir la causa de la Guerra del Peloponeso al temor que sentía Esparta del creciente poder de Atenas.
Nuestra “Nueva Atenas” es China que, a los ojos de la Administración Trump, se apoya en un sistema económico mundial que funciona a expensas de los intereses de los EE.UU. y que es el producto de la incapacidad de administraciones previas estadounidenses para defender su posición dominante en el orden económico mundial.
Es evidente que mientras los EE.UU. presionan para revisar el orden económico existente y en particular los acuerdos comerciales promovidos dentro del marco de la globalización que ha permitido a China alcanzar en menos de cuarenta años la posición de segunda economía del mundo, el gigante asiático por su parte aboga por una mayor profundización de dicha tendencia globalizante.
Ambos países están de acuerdo en que el sistema actual funciona mejor para China que EE.UU., y tal convicción se ha transformado en la visión dominante del mundo político estadounidense, por lo que en la contienda electoral de noviembre de 2020, donde el Presidente Trump y la mitad de los congresistas y senadores aspiran reelegirse, el gran tema de los candidatos será como mostrarle al electorado quienes son los verdaderos paladines en la lucha contra “el imperio del mal”.
En Washington y Beijing se fraguan posiciones frente al éxito o fracaso del acuerdo comercial que en este momento se discute. Los radicales de ambos países quieren que dicho acuerdo fracase. En el caso chino, quieren hacerse menos dependientes de la tecnología estadounidense, la cual terminan pagando con importantes subsidios a las empresas occidentales que se alían comercialmente con sus pares de China continental. En el caso estadounidense, esperan reconstruir el modelo económico creando barreras arancelarias y rechazando cualquier posición intermedia que conserve los rasgos esenciales del sistema comercial vigente actualmente. En pocas palabras, ambos grupos radicales quieren un orden económico mundial donde sus naciones sean el centro del sistema.
La habilidad de los eventuales ganadores, que pudieran ser los moderados, radicará en hacer concesiones que no obstaculicen el alcanzar su fin último. Los chinos deben ceder frente a los estadounidenses en temas que les permitan conseguir a cambio que el orden comercial mundial no se afecte en su esencia. Los estadounidenses deben evitar ceder a presiones internas que les obliguen a conseguir victorias tempranas y efectistas, muy propias de la Administración Trump, que son útiles para ganar elecciones, pero que en el largo plazo no paren la tendencia expansionista china. Los asiáticos tienen a favor el hecho de que el camarada Xi no tiene la presión de reelegirse lo que garantiza la continuidad de la estrategia que han venido desarrollando. Los estadounidenses tienen un sistema político-económico plural que cuando se articula adecuadamente es capaz de generar riqueza de manera sostenible. El problema está en la articulación de intereses del bipartidismo estadounidense.
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