Aquellos lectores mayores de cuarenta años probablemente recordaran que la ilusión de todos los emprendedores que montaban una puntocom era conseguir muy rápidamente un inversionista que comprara el proyecto y les diese una cantidad importante de dinero a cambio, con la cual ellos eventualmente montarían una siguiente aventura de negocios o financiarían un retiro temprano en La Toscana.

