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El oro de los suizos. Breve crónica de una crisis que no fue

  • Arca Análisis Económico
  • 18 ago
  • 5 Min. de lectura

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Desde el mes de abril del presente año, Suiza ha estado descifrando el régimen arancelario que les impondría EE.UU. dentro del marco de la redefinición de la política comercial de este país con el resto del mundo.


Como es bien conocido, EE.UU. aspira reducir el déficit comercial con sus socios comerciales, partiendo del supuesto de que este es la consecuencia de conductas abusivas de los socios, lo que no es más que una interpretación trumpiana de cómo funciona el mundo, y la cual no tiene asidero en la teoría económica convencional.


A partir del proceso de globalización de las últimas décadas todos los incentivos se alinearon para que las cadenas de producción se ubicasen en los lugares más competitivos, por lo que bajo el paradigma de relaciones comerciales aún vigente, y que el partido republicano estadounidense desafía, el excedente comercial de un país no es más que el reflejo de sus ventajas comparativas frente a terceros.


En el año 2024 el déficit comercial de EE.UU. con Suiza fue de 38.500 millones de dólares causado principalmente por las exportaciones de la industria farmacéuticas y las refinadoras de oro. De nada ha servido al momento de fijar aranceles que el 99,3 por ciento de los productos estadounidenses tengan libre acceso al mercado suizo y que este sea el séptimo país en inversiones en EE UU dando empleo a medio millón de personas en sus filiales, o que en servicios la balanza sea favorable a Washington. La Administración Trump quiere más.


La Administración Trump quiere ser compensada por el déficit comercial y para ello las farmacéuticas suizas deben en el corto plazo reducir el precio de las medicinas que exportan a EE.UU. y en el mediano pazo trasladar a dicho país  las plantas con las que atienden a ese mercado.


La verdad de los hechos es que a diferencia de sus vecinos de la Unión Europea, los suizos dieron por sentado que les aplicarían un régimen arancelario similar al de sus vecinos y llevaron a Washington una agenda de conversaciones muy discreta si se quiere.


Para sorpresa de los helvéticos fue anunciado un régimen arancelario del 39 por ciento que es muy superior al del resto del mundo desarrollado, y solo comparable a países con tensiones políticas con EE.UU., como son Brasil, por el caso del ex presidente Bolsorano, e India por la compra de petróleo a Rusia.


Cuando la opinión pública suiza se enteró de la magnitud de estos aranceles, comenzó el clásico proceso de asignación de culpas. Por un lado al poder ejecutivo por haberse tomado muy a la ligera estas negociaciones y por otro a las empresas refinadoras de oro.    

El gobierno suizo siempre dio por sentado que las exportaciones de oro a EE.UU. no estaban sujetas a aranceles, pues este metal hace las veces de instrumento financiero, y dichos instrumentos no están sujetos a este tipo de gravámenes. La medida  arancelaria podría añadir complicaciones al mercado mundial del oro,  que es del orden de 5 billones de dólares, ya que las transacciones físicas en la Bolsa de Metales de Londres suelen estar cubiertas por transacciones de futuros en el Comex de Nueva York.


El oro fue el mayor producto de exportación del país el año pasado, con un 27 por ciento del valor  de las exportaciones, y  por delante de los productos farmacéuticos, según el Banco Nacional Suizo. El fuerte aumento de las exportaciones suizas de oro a principios de este año,  fue impulsado en parte por la prisa de los inversores estadounidenses por adquirir el metal antes de la aplicación de posibles aranceles,  y esto despertó suspicacias en Washington.


La importancia relativa del oro en el superávit comercial del país con EE.UU., generó la animadversión de otros grupos de interés que incluyen tanto a exportadores como a los representantes del Partido Liberal Democrático Libre que sostiene que este sector de actividad que no es estratégico ni por el nivel de empleo que genera ni por el nivel de impuesto que paga, por lo que debería o bien pagar un impuesto que compense al resto de la sociedad por la subida del precio de sus exportaciones, o en caso extremo reubicar la industria de la refinación del oro en otros países.   


Los representantes de los refinadores sostienen que esta industria se ha desarrollado en el país gracias a los altos estándares de calidad suiza, y este es un rasgo distintivo que debe ser mantenido.  La verdad de los hechos es que la industria de la refinación del oro  a nivel mundial requiere de una mayor estandarización.


Los flujos comerciales mundiales del oro suelen seguir un patrón triangular, con  grandes lingotes que se mueven entre Londres y Nueva York, pasando por Suiza donde se funden para producir lingotes de 400 onzas para el mercado británico y de 1 kilogramo para el estadounidense y los asiáticos. Si los lingotes fuesen de un mismo tamaño a nivel mundial podría haber un mejor manejo de inventarios y, menor cantidad de refundición de barras lo que haría al sector mucho más sostenible ambientalmente hablando.


Criticar al sector refinador suizo por haberse insertado exitosamente en el circuito internacional del oro es injusto puesto que lo único que ha hecho es sacar partido a una oportunidad de mercado, lo cual es perfectamente aceptable.


Las empresas refinadoras suizas pueden satisfacer las exigencias estadounidenses moviendo algunas de sus plantas a EE.UU. que es un importante productor. Si bien hay presencia de refinadores suizos en ese país otras consideraciones económicas han hecho que el principal centro de fundición de oro a nivel mundial esté  en Suiza desde hace varias décadas.


Cuando los suizos apenas empezaban a escalar sus discusiones a otros niveles la Casa Blanca emitió una orden ejecutiva el pasado 11 de agosto clarificando que las barras de oro estaban exentas del pago de aranceles y al menos en el corto plazo hubo una tregua entre los helvéticos.   


La crisis de los aranceles del oro que no llegó a suceder nos deja algunos temas para la reflexión. Por un lado tenemos  la fragilidad a la que estamos sometidos todos dentro del nuevo orden comercial que impone EE.UU. cambiando las reglas de juego una y otra vez.


Por otro lado, es importante reconocer que si la Administración Trump está realmente marcando el nuevo trazado de las relaciones comerciales en su área de influencia habrá un reacomodo de las cadenas de suministros beneficiando a dicho país y a sus socios comerciales más cercanos, si es que los hay.


Como es todavía muy prematuro estimar cuantas de las prácticas comerciales estadounidenses llegaron para quedarse, las corporaciones manufactureras tendrán que apostar si tiene sentido mover parte de su cadena productiva a EE.UU. o dejarlas donde están esperando que cambien los aires proteccionistas. 


En el caso de los suizos, es importante recordarles que el tejido empresarial tarda décadas en entramarse, y puede deteriorarse muy rápidamente si no existe un mínimo de solidaridad entre industrias cuando las arbitrariedades presentes en el nuevo orden geopolítico les ponen a prueba.  

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