Cuando sucede un fenómeno de la magnitud de la pandemia del COVID-19, es de mucha ayuda encontrar un hilo conductor que permita organizar las ideas y en particular aquellas que ayuden a entender porque los gobiernos toman el tipo de medidas que hemos oído últimamente. La generación de liquidez a través de mercados e instituciones es dicho hilo conductor.
Cuando sucede un fenómeno de la magnitud de la pandemia de COVID-19, es de mucha ayuda encontrar un hilo conductor que permita organizar las ideas y en particular aquellas que ayuden a entender porque los gobiernos toman el tipo de medidas que hemos oído últimamente.
En este caso el hilo conductor es la generación y conservación de la liquidez a nivel de instituciones públicas y privadas, con y sin fines de lucro, y por supuesto también a nivel de familias y personas.
La búsqueda de hacerse con ese volumen de efectivo, que en un principio se produce de manera desordenada y el limitar perdidas en los mercados financieros, explican la caída que experimentaron los mercados financieros mundiales en la segunda quincena de marzo de 2020.
Como la pandemia es en buena medida un fenómeno sorpresivo, los actores en los mercados financieros no la habían tomado en cuenta al momento de diseñar sus estrategias comerciales y de inversión, muchas de las cuales fueron diseñadas e implantadas meses antes de que el COVID-19 apareciese siquiera en las noticias.
El bajo nivel de tasas de interés vigentes en las economías desarrolladas ha traído como consecuencia la proliferación de productos financieros con un perfil de riesgo alto, con los cuales los inversionistas buscan compensar los bajos retornos de instrumentos convencionales como la renta fija corporativa o soberana.
Cuando los precios de las acciones, cierto tipo de bonos y las materias primas caen abruptamente, los tenedores de estos instrumentos sofisticados sufren pérdidas que deben cubrir muy rápidamente, por lo que salen a vender los títulos financieros más fáciles de liquidar.
Como una nota al margen, recordemos que en los momentos más álgidos de la Gran Crisis Financiera del 2007-2009, hubo breves instantes en que los títulos de renta fija con calificación AAA, los más seguros dentro de su categoría, rentaban más que los BBB que les seguían en la escala de riesgo, esto obviamente es una anomalía, pues contradice el principio económico de a mayor riesgo se debe devengar mayor retorno, y es la consecuencia de un exceso de oferta de venta de títulos de alta calidad crediticia en momentos de mínima liquidez.
En días reciente volvimos a ver esa anomalía cuando el retorno del treasury a 10 años subía de 0,7% a 1,16 % en momentos en que el mercado accionario se desplomaba, por lo que este activo refugio, por muy pocos días no actuó como tal.
Además de los que venden títulos financieros para controlar sus pérdidas, hay quienes también lo hacen para acumular un inventario de efectivo que les permita moverse mejor en un contexto donde, en el muy corto plazo, la fuentes de créditos de rápido acceso, se reducen al mínimo.
Finalmente, llega un momento donde las transacciones para acumular efectivo y reducir pérdidas se completan y sucede lo que en los círculos financieros se conoce con el nombre de capitulación, cuya definición es: “el momento en que los inversores han decidido renunciar a tratar de recuperar las ganancias perdidas como resultado de la caída de los precios de los títulos financieros que poseen”.
Es necesario destacar, que es imposible medir que fracción de la caída de los precios de los títulos es causada por una capitulación de los distintos mercados de títulos valores o por la liquidación de estos con el propósito de acumular efectivo.
Paralelamente, los gobiernos supranacionales, nacionales y regionales empiezan a preocuparse por minimizar los daños económicos causados por la suspensión de actividades. El sentido común sugiere que al despertar del letargo se requiere efectivo y para obtenerlo es necesario diferir pagos, tomar préstamos, adelantar cobros, recibir transferencias y generar ventas, de allí que las medidas propuestas van en tal dirección.
Para ilustrar las medidas de generación de efectivo, pongamos como ejemplo el caso chileno, donde el Gobierno Central asignó 11.750 millones de dólares que se utilizarán para reforzar el presupuesto del sistema de salud; para la creación de un fondo de cesantía que pagará salarios a las familias por un total de 2 mil millones de dólares que atenderá entre otros a trabajadores informales y a microempresarios, y por supuesto a empleados de medianas y grandes empresas que suspendieron operaciones temporalmente.
Adicionalmente se decretaron medidas tributarias dirigidas a diferir el pago de tributos entre las que se cuentan la suspensión de los pagos provisionales mensuales (PPM) del impuesto a la renta de empresas por los 3 meses (US$ 2.400 millones); postergación del pago del IVA por 3 meses a pequeñas empresas (US $ 1.500 millones); postergación por cuatro meses del pago de impuesto a la renta de las Pymes (US$ 600 millones); postergación pago de contribuciones para empresas con ventas inferiores a 350.000 UF y para personas con propiedades con avalúo fiscal inferior a $133 millones (US $ 670 millones).
La Tesorería nacional decidió pagar de contado todas las facturas pendientes generando liquidez inmediata por US$ 1.000 millones de dólares. Adicionalmente, se decidió inyectar al banco del estado 500 millones de dólares para aumentar su capacidad crediticia en 4.400 millones de dólares y estos recursos se destinarán principalmente a otorgar financiamiento a las personas naturales y a las Pymes.
Detrás de un plan de generación de liquidez como el descrito en los párrafos previos hay tres preguntas que el estamento político debe responder: ¿Cuánto dinero se necesita?, ¿cómo se financiará el plan? y ¿cómo se repartirán los recursos entre los distintos beneficiarios?
En cada país la estructuración de un plan de generación de liquidez debe atender a restricciones locales muy concretas. Por ejemplo, en el plan alemán, por 150 mil millones de euros, el Gobierno se plantea solicitar una exención a una restricción establecida en la Constitución de Alemania que prohíbe todo incremento de la deuda pública superior al 0,35% del PIB nominal.
En EE.UU., para aprobar el paquete fiscal de 2 billones de dólares, hubo que resolver no sólo disputas en torno a cuales sectores de actividad se consideraron prioritarios, sino también enfrentar uno de los grandes temores que la Gran Crisis Financiera del 2007-2009, sembró en la población: los políticos anteponen los intereses económicos de los empresarios al de los ciudadanos.
En un año electoral, es natural que los parlamentarios del partido demócrata usen la bandera del interés ciudadano, y evoquen el costo de la crisis financiera para posicionarse frente a los electores en la contienda de noviembre de 2020. Los demócratas no se pueden dar el lujo de aprobar un paquete fiscal en el cual el electorado no le encuentre respuestas a sus predicamentos.
Así como en la película Todos los Hombres del Presidente se acuñó el eslogan "Follow the money", que sugiere que la corrupción política puede salir a la luz al examinar las transferencias de dinero entre partidos. En este caso podríamos sugerir el eslogan “Crea la liquidez” para buscarle el sentido a los planes de contención económica del COVID-19.
Comments