
La teoría financiera postula que cuando una corporación no tiene oportunidades de inversión en que colocar los excedentes de efectivo cumpliendo simultáneamente con la condición de crear valor para sus accionistas, tales fondos les deberían ser devueltos a sus dueños vía dividendos extraordinarios, precancelación de deuda y recompra de acciones.
El mecanismo de recompra de acciones se ha vuelto de un uso tan generalizado, que según el manejador de fondos británico Janus Henderson, las empresas a nivel global recompraron en el año 2022 cerca de 1,3 billones de dólares, multiplicando por tres la cantidad destinada a tales fines en el año 2012.
La recompra de acciones ha pasado de ser una práctica de disposición de recursos, al objeto de discusión de los congresos nacionales de los países desarrollados.
Amada por los inversionistas activistas y repudiada por los congresistas progresistas, este mecanismo debe ser entendido en su complejidad para comprender en qué contextos es una práctica deseable, y en cuales se transforma en un vehículo perverso para extraer fondo que deberían ser retenidos para apuntalar a los corporaciones en eventos no predecibles y de alto impacto como puede ser el caso de un desastre natural o una pandemia.
La teoría financiera postula que cuando una corporación no tiene oportunidades de inversión en que colocar los excedentes de efectivo cumpliendo simultáneamente con la condición de crear valor para sus accionistas, tales fondos les deberían ser devueltos a sus dueños vía dividendos extraordinarios, precancelación de deuda y recompra de acciones.
El mecanismo de recompra de acciones se ha vuelto de un uso tan generalizado, que según el manejador de fondos británico Janus Henderson, las empresas a nivel global recompraron en el año 2022 cerca de 1,3 billones de dólares, multiplicando por tres la cantidad destinada a tales fines en el año 2012.
Durante el año 2022, el cincuenta por ciento de la distribución de recursos a los accionistas en empresas públicas se hizo a través de programas de recompra de acciones, mientras en el año 2012 era del orden del treinta por ciento.
La recompra de acciones ha pasado de ser una práctica de disposición de recursos, al objeto de discusión de los congresos nacionales de los países desarrollados.
La administración Biden incluyó un impuesto del uno por ciento sobre los montos dedicados a estas recompras en la Inflation Reduction Act del año 2022.
Amada por los inversionistas activistas y repudiada por los congresistas progresistas, este mecanismo deber ser entendido en su complejidad para comprender en que contextos es una práctica deseable, y en cuales se transforma en un vehículo perverso para extraer fondo que, por el contrario, deberían ser retenidos para apuntalar a los corporaciones en eventos no predecibles y de alto impacto como puede ser el caso de un desastre natural o una pandemia.
Detrás de todo programa de recompra de acciones existe la intención de maximizar la rentabilidad del accionista, utilizando la menor cantidad de capital posible para lograr las metas de ventas, lo que implica apalancar a la corporación financieramente. Es práctica común reemplazar el dinero destinado a dicha recompra por deuda a distintos plazos.
Los inversionistas que tienen cortos horizontes de inversión o dudas sobre el futuro de la empresa reciben con mucho beneplácito estas iniciativas, las cuales además se ven endulzadas por el hecho de que las ganancias de capital de quienes venden sus acciones pagan impuestos a tasas menores a las de los dividendos en efectivo.
Los programas de recompra de acciones se ejecutan de manera discrecional durante su vigencia, y pueden ser cancelados en cualquier momento, causando menos trauma en los mercados, que el producido por la suspensión o reducción de un dividendo ordinario, que podría ser el mecanismo alterno a la recompra, a sabiendas que las reducciones de los dividendos siempre son interpretadas como señales de debilidad corporativa.
Los enemigos de los programas de recompra de acciones argumentan que la típica la subida de precio de los títulos de estas empresas que sucede cuando dichos planes son anunciados, se hacen a expensas de inversiones en investigación y desarrollo o de las posibles mejoras salariales que no son otorgadas a los empleados que no ocupan cargos directivos.
Adicionalmente, hay evidencia anecdótica recopilada en el mercado accionario estadounidense que sugiere, que muchos empleados corporativos venden sus acciones al comienzo de la ejecución de tales planes, aunque este comportamiento no es ilegal siembra suspicacias sobre quienes realmente se benefician de los programas de recompra.
En respuesta a las presiones de los grupos de interés, la Comisión de Bolsa y Valores de los EE.UU. (SEC, por sus siglas en inglés), creó una regla que obliga a las empresas de oferta pública a reportar al final de cada trimestre los detalles de las recompras diarias de acciones, las justificaciones de tales transacciones y las operaciones de compra y ventas de acciones que a título personal realizan en esas fechas los ejecutivos de la corporación.
Como era de esperarse, los gremios empresariales han tomado acciones legales para que se revierta esta medida, ya que da a la SEC, a juicio de los empresarios, una excesiva potestad de fiscalizar decisiones muy cotidianas de las compañías.
La pertinencia de la recompra de acciones es un tema que no se zanjará con facilidad, y en los próximos años se generarán nuevas piezas de información que enriquecerán este debate, en particular es importante seguir la evolución del caso japonés.
El gobierno japonés está promoviendo una importante transformación de la gobernanza corporativa con el objeto de hacer el país mucho más atractivo para el flujo de capitales internacionales. Este movimiento se conoce con el nombre de “una nueva forma de capitalismo”.
Durante años se ha acusado a las élites corporativas de tomar decisiones orientadas a maximizar su propio beneficio a expensas de los inversionistas institucionales, como los fondos de pensiones, o de los pequeños ahorristas.
En estos contextos la retención de recursos dentro de las corporaciones promueve no sólo las inversiones destructoras de valor sino también el diferir reestructuraciones dolorosas pero necesarias.
Inversionistas activistas extranjeros han llevado a cabo campañas para elevar el retorno del capital accionario, y han presionado a las corporaciones a devolver recursos a sus propietarios vía la recompra de acciones.
Un interesante ejemplo de esta práctica, lo llevó a cabo Elliott Management, la empresa estadounidense gestora de inversiones, que en una asamblea de accionistas presionó al conglomerado Dai Nippon a implantar un plan de recompra de acciones por un monto de 2.200 millones de dólares, el cual es equivalente a casi una cuarta parte de su capitalización de mercado.
La renovación de las prácticas corporativas se ha venido implantando a través de medidas de presión como la fijación de multas para aquellas empresas de oferta pública cuya razón Valor de Mercado/Valor en Libro de sus acciones (P/B) sea inferior a 1.
No es de extrañar entonces que los anuncios de recompra en el año fiscal 2022 alcanzarán un récord, y el potencial de seguir usando este mecanismo es enorme pues apenas un veinte por ciento de los anuncios de recompra del primer trimestre del 2023 provienen de empresas con una relación P/B inferior a 1.
Distinguir entre los programas de recompra de acciones que crean valor para los accionistas y aquellos de naturaleza oportunista es una tarea muy compleja.
La literatura de finanzas corporativas que identifica los incentivos para maximizar valor a largo plazo de las empresas da algunas recomendaciones para alinear los intereses de accionistas y gerentes, pero todavía queda mucha tela por cortar.
El nivel de fragilidad económica que presentaron durante la pandemia muchas empresas que usaron en el pasado de manera recurrente los planes de recompra de acciones, y que durante la crisis recibieron ayuda del gobierno federal estadounidense, ha reforzado la percepción de que estos programas reducen el potencial de crecimiento a largo plazo de las corporaciones, subestimando el efecto profiláctico de evitar la implantación de estrategias destructoras de valor.
Japón puede ser un gran experimento de cómo pueden reinventarse las relaciones entre las élites gerenciales y los accionistas. El seguimiento a la ejecución de los programas de recompra de acciones es una de las tantas maneras de medir cómo funcionan los incentivos para generar economías más resilientes. Mientras tanto, sigue pendiente la pregunta de si la recompra de acciones es un mecanismo virtuoso o perverso.
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